¿Por qué escribo sobre la finitud y la impermanencia?
La confesión de un hombre que aprendió a escribir en el borde del abismo
No escribo desde la teoría filosófica ni con la pretensión de ser filósofo. Escribo desde el borde del abismo, con las heridas aún abiertas tras ser arrollado por la finitud y la impermanencia. No llegaron como visitantes silenciosas… Se desplomaron sobre mí como un muro de concreto, con la fuerza de aplastarme y dejarme convertido en un zombi obligado a caminar entre ruinas, aprendiendo a respirar en un mundo que ya no reconocía.
Fue en ese derrumbe donde descubrí lo más humano de lo inevitable: el miedo que paraliza, el amor que rescata, la fragilidad que nos une y esa fuerza insospechada que aparece cuando creemos haberlo perdido todo.
Escribo porque el silencio ante la muerte nos aísla, y no quiero que nadie cruce ese umbral sin palabras que lo acompañen.
El momento en que todo cambió
Durante décadas, Sharon y yo vivimos protegidos por una ilusión compartida: que la muerte es algo que les ocurre a otros. Nuestros rituales de cuidado —ejercicio, alimentación consciente, revisiones médicas— eran la evidencia de un supuesto control sobre nuestro destino.
“Hasta que un día, la vida nos sacudió y nos obligó a mirarla de frente”.
El diagnóstico de la enfermedad de Sharon no fue solo un golpe devastador; fue el colapso de toda una filosofía de vida basada en la ilusión de inmunidad. Entonces entendí, no desde la teoría, sino desde el alma, que la vida es profundamente frágil.
Que la finitud no es amenaza… Es una certeza.
La transformación del dolor en propósito
Lo que siguió fueron meses de aprendizaje sin manual… Ser cuidador mientras sostenía el corazón roto de mi esposa, navegar sistemas médicos y construir muros de silencio creyendo que protegíamos cuando, en realidad, nos aislábamos.
Cuando Sharon exhaló por última vez tras 51 años de matrimonio, no sabía que estaba entrando en una nueva tarea… Transformar mi devastación en un camino útil para otros. No soy médico ni terapeuta. Soy un hombre que perdió todo y decidió aplicar más de una década de investigaciones y estudios en neuroplasticidad y evolución personal para sobrevivir.
¿Por qué las palabras importan?
La finitud me enseñó que las palabras no son solo comunicación: son supervivencia.
Escribir no fue una elección intelectual, fue un acto de resistencia emocional. Las palabras fueron mi salvavidas, no para huir del dolor, sino para habitarlo sin ahogarme.
Descubrí que hay una diferencia abismal entre sufrir en silencio y sufrir con testimonio. El dolor silencioso se destruye; el dolor compartido se convierte en un mapa para otros. Nombrar lo innombrable transforma la herida en memoria sagrada y en un faro para quienes siguen el mismo camino.
El costo del silencio
Como cuidador de Sharon, viví en una burbuja de silencios protectores, verdades filtradas y negaciones bien intencionadas. Ignoraba que existían protocolos para comunicar noticias difíciles con compasión, que había especialistas dispuestos a guiar a las familias.
La conversación que nunca tuvimos me persigue más que la pérdida misma.
Germán A. DeLaRosa
Pero esa persecución se convirtió en propósito. Ese arrepentimiento, en arsenal. Esa confesión tardía, en invitación preventiva para otros.
¿Para qué sirve nombrar lo innombrable?
La finitud y la impermanencia no son conceptos… Son maestras. Al nombrarlas, invito a reconocer no solo el dolor, sino también la claridad que ofrecen: qué importa de verdad, qué aún podemos amar, decir y vivir.
Escribo para romper la conspiración del silencio que roba oportunidades de despedida consciente. Para que las familias puedan hablar de la muerte sin que ello signifique rendirse. Para que los cuidadores reciban apoyo antes de colapsar.
El proyecto que nació del derrumbe
De esta experiencia nació el Proyecto Trípode —llamado así por las palabras de mi hijo Esteban cuando nos abrazó durante la primera batalla de Sharon contra el cáncer.
“Vamos a enfrentar esto juntos… somos como las patas del trípode, y eso nos hace fuertes.”
Esteban delarosa
De ahí nacieron libros que no prometen fórmulas mágicas, sino herramientas de supervivencia…
- Abrazando la Finitud: para quienes necesitan compañía después de la pérdida.
- Diálogos en el Silencio: para las familias que aún tienen tiempo de transitar el camino con dignidad.
- La Pérdida… Mi Gran Maestro: Lecciones de la Finitud y la Impermanencia
- La trilogía de evolución personal: porque tras el derrumbe, también hay renacer.
La revolución silenciosa
Creo en una revolución silenciosa: la revolución de la dignidad en los cuidados paliativos y el duelo consciente. Una revolución donde:
- Las familias hablen de la muerte sin tabúes.
- Los cuidadores sean reconocidos como héroes que necesitan apoyo real.
- El duelo anticipado sea visto como proceso natural, no traición emocional.
- La impermanencia se acepte como maestra, no como enemiga.
Mi confesión final
Si a esto lo llaman filosofía, que así sea. Para mí, es simplemente la tarea de un ser humano que escribe a otros.
No escribo para “superar”, “ni cerrar ciclos” de lo ocurrido —esa palabra sería una ofensa al amor perdido. Escribo para honrar, para transformar, para convertir mi paso por el abismo en un mapa que acompañe a otros.
Sharon no murió para enseñarme nada. Pero ahora que estas lecciones llegaron, sería traición no compartirlas.
Escribo porque hay alguien, en algún lugar, que hoy vive lo que nosotros vivimos. Pero el silencio mata dos veces: primero al ser querido, luego al sobreviviente.
Aprendí que las palabras no detienen la muerte, pero sí pueden transformar la manera en que vivimos y amamos mientras aún tenemos tiempo.
Mi visión de futuro
Mirar la finitud a los ojos no me volvió cínico, sino visionario. Reconocer que la existencia es breve me impulsa a construir un mañana en el que la consciencia de la impermanencia sea guía de decisiones individuales y colectivas.
Sueño con un futuro donde la muerte se hable sin tabúes, se enseñe en la escuela y se convierta en aliada para vivir mejor. Mi escritura es un puente tendido entre abismos: una invitación a dedicar tiempo, a lo que amamos, a cuidar vínculos y a dejar huellas profundas más allá de la permanencia.
Conclusión
La finitud y la impermanencia son ineludibles. Negarlas nos roba la plenitud de la vida. Asumirlas, en cambio, nos devuelve urgencia y claridad: nada dura, por lo tanto, todo cuenta.
La vida me lo enseñó a golpes.
Escribo para que otros no tengan que esperar a que un muro se derrumbe para despertar.
Hoy te invito a mirarte en ese espejo:
- ¿Qué relaciones o sueños has postergado?
- ¿Qué pendientes podrían convertirse en arrepentimientos?
- ¿Qué puedes amar y decir hoy, sabiendo que mañana no está garantizado?
- La impermanencia no es condena: es libertad. Y la libertad comienza ahora.
Esa es mi tarea. Esa es mi forma de hacer que el dolor de perder a Sharon sirva para algo más grande que mi propia sanación.
Escribo para que nadie tenga que caminar solo… En la oscuridad que yo caminé.
Germán A. DeLaRosa -Autor –