Cuando pienso en Sharon, mi mente se llena de recuerdos. Recuerdos de su risa, de sus manos sosteniendo las mías, de esas pequeñas cosas cotidianas que hacían que la vida, simplemente, tuviera sentido. Pero también, inevitablemente, mi mente se encuentra con ese vacío insondable que dejó su partida. Un vacío que, aunque han pasado ya casi 5 meses, sigue presente como una sombra silenciosa en cada rincón de mi día. Es un silencio que no se puede llenar, porque era ella quien daba color, sonido y vida a todo lo que tocaba.

No sé si alguna vez podré explicar cómo se siente perder a alguien que era, literalmente, la mitad de ti. A veces me pregunto: ¿Cómo se supone que debo seguir adelante sin ella?  Es una pregunta que no tiene respuesta, pero que, aun así, resuena en mi cabeza todos los días. No es solo una pregunta sobre el futuro; es una pregunta sobre quién soy yo ahora, sin ella a mi lado. ¿Quién soy sin Sharon? ¿Qué significa vivir cuando la persona que definía mi felicidad ya no está?

El Primer Impacto: Cuando el Mundo Se Detiene

Recuerdo claramente el momento en que Sharon partió… ya no estaría más conmigo. Fue como si el mundo entero se detuviera. El aire se volvió denso, los sonidos desaparecieron y todo lo que quedó fue un dolor tan agudo que pensé que me partiría en dos. En ese instante, sentí que había perdido no solo a la persona que amaba, sino también una parte de mí mismo. Era como si me hubieran arrancado el corazón y me dejaran allí, intentando respirar sin él.

En los días siguientes, me encontré atravesando una especie de niebla emocional. Todo parecía irreal, como si estuviera viviendo en un sueño del que no podía despertar. La gente hablaba conmigo, pero sus palabras apenas penetraban. Me abrazaban, pero sus gestos no podían calmar el frío que sentía por dentro. Incluso las tareas más simples —levantarme de la cama, comer algo, contestar un mensaje— se sentían insuperables. Era como si el mundo siguiera girando, pero yo me hubiera quedado atrás, atrapado en un momento que no podía superar.

El Duelo Cotidiano: Vivir en un Mundo Sin Ella

Con el tiempo, empecé a darme cuenta de que el duelo no es algo que simplemente «superas». No es un obstáculo que puedes saltar o un problema que puedes resolver. Es una presencia constante, un eco que resuena en cada decisión, en cada pensamiento, en cada momento de soledad. Y lo que más me sorprendió fue cómo el duelo se infiltraba en las cosas más pequeñas, en los detalles cotidianos que antes daba por sentados.

Por ejemplo, nunca imaginé que algo tan simple como prepararme el café en las mañanas podría convertirse en un recordatorio de su ausencia. Solíamos pasar todo el tiempo juntos, riendo mientras ella tejía o simplemente disfrutábamos de la calma de la cocina, observando cómo se movía con esa gracia natural que siempre admiré. Ahora, cuando entro en la cocina, siento su ausencia en cada taza que tomo, en cada sonido del agua hirviendo. Es como si el espacio que ocupaba ella todavía estuviera allí, pero vacío, esperando algo que nunca volverá. Su presencia llenaba hasta los gestos más cotidianos, y ahora esos mismos gestos parecen ecos de lo que alguna vez fue nuestra vida juntos.

También están las conversaciones internas que tengo con ella. Sigo hablándole en mi mente, compartiendo mis pensamientos, mis preocupaciones, mis pequeñas victorias. A veces incluso me imagino sus respuestas, su voz calmada y segura guiándome a través de los momentos difíciles. Sé que suena extraño, pero es una forma de mantenerla cerca, de sentir que no estoy completamente solo en esto.

Las Preguntas Que Nunca Tienen Respuesta

Una de las cosas más difíciles del duelo es la cantidad de preguntas que surgen, preguntas que probablemente nunca tendrán respuesta. Me he pasado horas, días, semanas, preguntándome: ¿Por qué ella? ¿Por qué ahora? ¿Qué hice para merecer esto? Son preguntas que me persiguen, que me mantienen despierto por las noches, que me hacen cuestionar todo lo que creía saber sobre la vida.

Y luego están las preguntas más personales, más íntimas. ¿Qué habría pasado si hubiera hecho algo diferente? ¿Si hubiera estado más atento, más presente, más amoroso? ¿Me perdonaría por los errores que cometí, por las cosas que no le dije, por las oportunidades que dejamos pasar? Estas preguntas me torturan, porque sé que nunca tendré una respuesta. Solo puedo aceptar que hicimos lo mejor que pudimos, que la amamos con todo lo que teníamos y más, y ¿Qué eso tendrá que ser suficiente?

Los Momentos de Luz: Encontrar Consuelo en el Recuerdo

A pesar de todo el dolor, he aprendido que el duelo también tiene momentos de luz. Son pequeños destellos de consuelo que encuentro en los lugares más inesperados. Por ejemplo, a veces escucho una canción que le gustaba y, por un breve instante, siento que está aquí conmigo, cantando a mi lado. O veo algo en la naturaleza —un atardecer especialmente hermoso, una flor que florece en medio del invierno— y sé que es un recordatorio de que, aunque ella ya no esté físicamente, su espíritu sigue vivo en el mundo.

El sábado pasado, mientras esperaba en la sala de emergencias los resultados de una placa de tórax para un ser querido muy especial, algo me sacudió profundamente. A mi lado, una pareja vivía su propia batalla: ella, visiblemente enferma, se quejaba con desesperación del peso en su vejiga y de unos dolores insoportables. En un momento, con voz débil, pero firme, dijo: “Ya no aguanto más”. Su esposo, sin dudarlo, le respondió con ternura: “Mami, ya estamos aquí, te están atendiendo y pronto te sentirás mejor”.

Esa frase resonó en mí como un eco inesperado, porque era exactamente así como yo solía hablarle a Sharon.

Escuchar esas palabras tan familiares, pronunciadas con ese tono de amor y preocupación, me golpeó como una ola de nostalgia y dolor. Me invadió una mezcla de tristeza y gratitud: tristeza, porque esa forma de hablarle a quien amas ahora solo existe en mis recuerdos; gratitud, porque en ese desconocido vi reflejada la misma devoción que yo sentía por ella.

Las lágrimas brotaron sin que pudiera evitarlo. En ese instante, con todo mi corazón, deseé que Sharon estuviera conmigo, para poder volver a hablarle así… a mi Sharon. Y, sin embargo, en medio del caos, me recordé a mí mismo que ese amor aún me sostiene.

También he encontrado consuelo en escribir. Este blog, en muchos sentidos, es mi manera de mantener viva su memoria. Cada palabra que escribo sobre ella es una forma de decirle al universo que Sharon importó, que ella fue —y sigue siendo— mi todo. Escribir me ayuda a procesar mis emociones, a darles un lugar donde existir fuera de mi mente. Y, aunque duele revivir algunos recuerdos, también me da paz saber que no la olvidaré, que nunca dejaré que su luz se apague.

El Futuro: Aprender a Vivir Sin Ella

Sé que este camino no será fácil. Sé que habrá días buenos y días malos, y que probablemente nunca dejaré de extrañarla. Pero también sé que Sharon no querría que me quedara atrapado en este dolor para siempre. Ella querría que encontrara una manera de seguir adelante, de encontrar luz incluso en la oscuridad.

Así que aquí estoy, intentando aprender a respirar de nuevo. Intentando honrar su memoria viviendo una vida que ella estaría orgullosa de ver. No tengo todas las respuestas, y tal vez nunca las tenga. Pero lo que sí tengo es el amor que compartimos, y eso, por ahora, es suficiente.

Sharon me enseñó muchas cosas, pero quizás la más importante fue que la vida es preciosa, que cada momento cuenta, y que el amor es lo único que realmente importa. Aunque ella ya no esté aquí para compartirlo conmigo, sé que su amor sigue vivo en mi corazón. Y mientras siga sintiéndolo, sé que estaré bien.

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