Me Rompí...
Me doblé hasta quebrarme, y el mundo que había construido con tanto esmero se desplomó.
Germán A. DeLaRosa
No fue una caída suave ni poética… fue el estruendo de algo que creía sólido convirtiéndose en escombros.
Estas palabras son mi forma de acercarme al primer aniversario de tu partida, Sharon. Son la puerta de entrada a este texto que no pretende ser más que una carta abierta desde mi duelo, desde mi desgarro, y desde esa esperanza tenue que aún busca luz entre las ruinas.
Un sueño que quema
Anoche regresaste en un sueño. Estabas seria, orgullosa, distante, como si una barrera invisible nos separara. Yo intentaba convencerte de volver, de quedarte conmigo, y aunque accedías por un instante, rechazabas cada cosa que te ofrecía. No querías regalos ni cuidados, como si me recordaras que hay amores que no se negocian, que no se compran con gestos desesperados.
Desperté con el rostro empapado y la certeza de tu ausencia encarnada en cada rincón de la casa. El sueño me quebró otra vez, pero también me recordó algo fundamental… Mi memoria sigue viva, que sigo dialogando contigo en un idioma que ya no pertenece a este mundo.
El peso del año que se acerca
Se aproxima la fecha… Un año completo. Doce meses desde aquella noche de septiembre, a las 8:19 PM, cuando exhalaste tu último suspiro. La mente se resiste a creerlo, el cuerpo lo recuerda todo, y el corazón sigue aprendiendo a habitar este nuevo paisaje.
Un año parece poco tiempo y, sin embargo, se siente como una eternidad. Cada día ha tenido la densidad de una década. Cada semana ha sido una estación completa. A veces tengo la sensación de vivir en otra dimensión, en un tiempo que se fracturó definitivamente en un antes y un después.
El territorio del quiebre
Me rompí. No encuentro otra forma más honesta de expresarlo. La vida que construimos juntos se desintegró, y yo quedé en medio de esas ruinas buscando cómo volver a respirar. El quiebre no es una metáfora; es físico, mental, espiritual. Es mirar la silla vacía, el espacio frío en la cama, el eco que resuena en una casa que ya no suena igual. Es descubrir que las rutinas más simples se desmoronan y que hasta las tareas cotidianas —poner la mesa, abrir un cajón, escuchar una canción— se convierten en montañas imposibles de escalar.
Pero también he descubierto algo inesperado: el quiebre puede convertirse en un taller. Aunque duele profundamente, abre la posibilidad de reconstruir. Como un artesano forzado por la vida a aprender un nuevo oficio, recojo fragmentos, los examino bajo la luz temblorosa de mis días, y con ellos intento levantar una nueva forma de existir.
La gramática del dolor
El dolor tiene su propio idioma, una sintaxis que no enseñan en ninguna escuela. A veces se manifiesta como llanto abierto que llega sin aviso; otras, como un silencio espeso que ocupa todos los espacios. Se presenta en recuerdos repentinos: un perfume que flota en el aire, una fotografía que aparece entre las páginas de un libro, una frase tuya que vuelve como eco en medio de una conversación cualquiera.
El dolor no respeta horarios ni calendarios. Aparece cuando quiere, se instala donde puede. Y aunque parezca interminable, también trae consigo momentos inesperados de ternura, de gratitud por lo vivido, de conexión profunda con lo que fuimos.
He aprendido a no luchar contra él, sino a escucharlo. Sharon el dolor me habla de lo que fuiste en mi vida, de lo que sigues siendo. Me recuerda que el amor verdadero no desaparece; se transforma en memoria activa, en presencia invisible, en fuerza para continuar caminando.
El hijo como faro
Sharon si algo me sostiene en medio de esta tormenta es nuestro hijo a sido mi apoyo incondicional, mi compañero silencioso, mi faro cuando la noche se vuelve más densa.
Lo veo cargar con su propio dolor y, aun así, extenderme la mano. Lo veo equilibrar su vida con la responsabilidad de cuidarme, y eso me conmueve hasta lo mas profundo de mi ser. Es la prueba viviente de que el amor se hereda, de que las semillas que plantamos juntos en él hoy florecen como fortaleza y ternura.
Cuando digo que me rompí, también digo que no caí solo. Él me sostuvo cuando mis piernas flaquearon. Y esa es una verdad que necesito agradecer en voz alta:
Gracias, Esteban, por ser mi pilar en este año que parecía imposible de atravesar.
Lo que enseña un sueño
Ese sueño en el que rechazabas todo lo que te ofrecía me dejó una lección dolorosa pero cierta: hay realidades que no pueden arreglarse con regalos ni gestos desesperados. La muerte no admite negociación. El amor, en su forma más pura, tampoco.
Quizás ese rechazo en el sueño no era frialdad, sino un recordatorio sutil: lo que nos dimos en vida fue suficiente. No tengo que inventar pruebas nuevas de amor, porque lo que vivimos ya fue completo, ya fue entero. Ese mensaje, aunque me partió el pecho, también me libera de la culpa de no haber hecho más.
Herramientas para habitar la ausencia
En este año de aprendizaje forzado, he descubierto que el duelo es un proceso artesanal, construido de pequeños gestos cotidianos. No existen fórmulas mágicas, pero sí hay caminos que ayudan a mantenerse en pie.
Nombrar el dolor es el primer paso. Escribir estas palabras, hablar de ti sin esconder las lágrimas, llorar sin vergüenza cuando el cuerpo lo pide. Crear rituales nuevos que honren tu memoria: encender una vela en las tardes difíciles, escuchar tu canción favorita mientras preparo el café, visitar ese lugar que tanto amabas.
Aceptar compañía ha sido crucial. Permitir que otros me acompañen, aunque no sepan qué decir, aunque su presencia sea solo silencio compartido. Cuidar el cuerpo se vuelve sagrado… comer aunque no tenga hambre, caminar aunque las piernas pesen, dormir aunque los sueños duelan. Las necesidades básicas se convierten en actos de resistencia. Abrir la memoria… no esconder tus fotografías ni tus palabras, sino integrarlas como parte viva de mi presente. Cada pequeña acción es un ladrillo en la reconstrucción de una vida que ahora tiene otras dimensiones.
La vida después del derrumbe
Renacer no significa olvidar. No es reemplazar tu presencia ni cubrir la herida con sonrisas que no siento. Es aprender a vivir con la cicatriz visible. Es descubrir que, aunque la pérdida me cambió para siempre, aún existen razones para seguir adelante.
Pienso en nuestra historia… medio siglo de amor compartido, aventuras que parecían imposibles, migraciones que nos fortalecieron, alegrías que nos elevaron y dolores que nos enseñaron a ser más humanos. Esa historia no se borra con tu partida. Vive en mí, en nuestro hijo, en nuestro nieto y en cada palabra que escribo desde esta nueva realidad.
La vida después del derrumbe es diferente, pero no es menos vida. Tiene su belleza particular, su profundidad inédita, su llamado urgente a honrar lo que fue con lo que todavía puede ser.
Una carta que no se envía (pero que cura)
Sharon… anoche volviste en un sueño y me dejaste con el rostro empapado.
No aceptaste nada de lo que intenté ofrecerte, y en esa negativa comprendí algo liberador… no necesitabas nada más de mí. Ya lo habías recibido todo: nuestro amor cotidiano, nuestro hijo extraordinario, nuestra historia compartida.
Si pudiera hablarte ahora, si existiera un teléfono que conectara con tu dimensión, te diría simplemente gracias… Gracias por cada día ordinario que vivimos como si fuera extraordinario, por cada gesto pequeño, por cada palabra que sembraste en mí y que hoy germina en formas inesperadas. Me rompí con tu partida, eso es innegable, pero de esas ruinas estoy levantando algo nuevo, aunque me tiemblen las manos en el proceso.
Un mensaje para quienes leen
Si has llegado hasta este punto, si estas palabras han resonado en algún lugar de tu pecho, quizás tú también cargues con una ausencia que pesa más que cualquier presencia. Quiero decirte algo que he aprendido en estos meses de navegación a ciegas… no estás solo en este territorio.
El duelo no es una enfermedad que se cura con medicamentos o terapias milagrosas. Es un territorio nuevo que se aprende a habitar, paso a paso, respiración a respiración. Permítete llorar cuando lleguen las lágrimas, recuerda a tu ser querido sin miedo al dolor, escribe aunque las palabras salgan rotas, busca compañía aunque te sientas incomprendido, cuida de ti aunque parezca imposible.
Y, sobre todo, no te exijas ser fuerte todo el tiempo. La fortaleza auténtica también se encuentra en reconocer nuestra fragilidad, en aceptar que hay días en los que simplemente sobrevivir ya es suficiente.
Cerrar para abrir
Sharon… Anoche te soñé y desperté llorando. Ese llanto no es señal de debilidad, es fidelidad. Es la prueba viviente de que lo vivido sigue siendo sagrado, de que nuestro amor trasciende las fronteras de la vida y la muerte.
Y en medio de esa fidelidad, poco a poco, descubro que la vida me sigue invitando… a escribir estas palabras que quizás consuelan a alguien más, a amar con la intensidad de quien conoce la pérdida, a recordar sin amargura, a compartir lo aprendido con quienes también atraviesan su propio quiebre.
Me rompí… Sí. Pero en esa ruptura también encontré la oportunidad de convertirme en testimonio de lo que significa amar hasta el final, de lo que significa honrar una vida compartida desde la soledad nueva que me toca habitar.
Si este texto ha tocado alguna fibra en tu interior, si has reconocido tu propio dolor en estas palabras, comparte tu experiencia en los comentarios. Tu voz puede ser consuelo para alguien más que hoy, como yo, camina entre ruinas buscando su propio amanecer.
Germán A. DeLaRosa